Puede concluirse que la Revolución Industrial inglesa no tuvo un paralelo concreto entre los países continentales. En ninguna otra parte asumió el proceso industrializador el mismo carácter autónomo u orgánico; en ninguna otra parte fue tan completo -como fenómeno nacional- ni tuvo tanto éxito a la hora de cambiar toda la estructura social. Es más, en el contexto europeo este término tiende a adoptar un significado distinto. Con él se cubre todo el proceso con el que se crearán las condiciones sociales y legales para el pleno desarrollo del capitalismo frente a la resistencia de los beneficiarios del antiguo orden agrario e industrial, proceso que en Inglaterra había empezado un siglo o más antes de la industrialización. Incluso en los casos en que, como en Alemania, se produjo un crecimiento muy rápido de la industria -de tal modo que lo que en Inglaterra había durado un siglo aproximadamente se condensó allí en un par de décadas- el impacto pleno de la transición estuvo restringido a ciertas regiones y, a pesar de toda su rapidez, fue menos completo. El peso sustancial del sector agrario, las supervivencias preindustriales en la sociedad y la persistencia de regiones atrasadas dan testimonio de ello.
Tom Kemp, La revolución industrial en la Europa del siglo XIX, Barcelona, 1974, p. 51.
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