lunes, 27 de agosto de 2012

Narúa y Apuluk


Ella se llamaba Narúa, que significa “gaviota”. Sólo tenía once años y siempre había estado más predispuesta a reír que a llorar. Narúa tenía dos hermanos: uno  tan pequeño que pasaba casi todo el tiempo en la bolsa del anorak de su madre, y otro mayor que tenía doce años y se llamaba Apuluk.
En el poblado había muchos niños, porque era un pueblo grande y llevaban varios años sin pasar hambre. Cuando había época de hambruna, contaba su abuelo Shinka, las niñas recién nacidas eran abandonadas a los lobos y zorros. Era mejor desprenderse de las niñas que de los niños, que después crecían y se hacían cazadores.
Obra a la que pertenece este fragmento
Narúa se alegraba de que a ella no la hubieran abandonado. Porque amaba la vida. Su tiempo se repartía entre ayudar a su madre y jugar. Lo que más le gustaba era jugar con Apuluk. Pero éste no siempre tenía tiempo para jugar con su hermana pequeña. Se había hecho tan grande, que algunas veces salía de caza con los hombres. Con once años cazó su primera foca solo, lo que se consideró señal de que ya casi era un hombre.
Ni Narúa ni Apuluk sabían que vivían en la mayor isla de la tierra. Como todos los esquimales, se llamaban a sí mismos inuit, que significa “ser humano”, y por eso su país se llamaba Inuit Nunat, el País de los Seres Humanos.
Lo que sí sabían es que su país era enorme, porque siempre estaban viajando. Los inuit eran nómadas, es decir, se desplazaban de un lugar a otro y no tenían un poblado fijo. Construían casas con piedra y tejado de hierba, y en ellas pasaban el invierno. Eran casas grandes y abrigadas, y en cada una de ellas había sitio para varias familias. 
Cuando viajaban en invierno construían iglús, pequeñas cabañas redondas de nieve helada, tan resistentes que podían soportar el paso de un trineo bien cargado por encima. En verano, los inuit habitaban en tiendas de campaña hechas con pieles de foca.
El abuelo de Narúa y Apuluk se llamaba Shinka. Era un gran contador de historias, porque tenía mejor memoria que los demás. En invierno, cuando prácticamente todo el día era de noche, a veces el tiempo transcurría muy lento, y era en esas ocasiones cuando Shinka se ponía a relatar historias. Hablaba del Hombre de la Luna, que se llamaba Kilaq, y de Kilivpak, que era un animal más grande que un oso y tan extraordinario que cuando lo cazaban y comían, de los huesos roídos volvía a brotar la carne. 
Shinka sabía muchísimas historias, y jamás contaba la misma dos veces, salvo que se lo pidieran. Había oído los relatos a su padre, quien a su vez los había oído del suyo, y los niños comprendían que aquellas historias eran tan antiguas como los propios inuit. 
Cuando Shinka hablaba de los gigantescos habitantes del interior, que eran el doble de grandes que las personas normales y guisaban en ollas enormes a los inuit que atrapaban, los niños se estremecían. Por eso les daba un poco de miedo adentrarse demasiado en los valles en busca de bayas, y se mantenían a una buena distancia del hielo perenne, que se elevaba como la espalda de un gigante tras las rocas de la costa. 
Cuando Shinka contaba algo espeluznante, los niños solían esconderse detrás de su padre, y apoyaban la frente en su espalda. De ese modo se sentían seguros, pues no había nadie más fuerte e invencible que su padre. 
Los  niños siempre estaban de viaje con su familia. Y les gustaba viajar. Tal vez porque nunca habían vivido de otro modo. El viaje les proporcionaba una especie de sosiego, lo mismo que a nosotros tener una casa. Se mudaban de una casa a otra, de un fiordo a otro, y por eso el viaje era su hogar. Encontraban seguridad en sus padres, hermanos y parientes. Dormían juntos y, en suma, siempre estaban juntos.
Los niños no tenían noción del tiempo. Dormían cuando estaban cansados, a menudo se quedaban jugando hasta muy tarde, comían cuando tenían hambre y trabajaban cuando les apetecía. Tal vez por eso los niños inuit, cuando crecían, se convertían en seres humanos contentos y felices.
RIEL, Jorn, El chico que quería convertirse en ser humano, Barcelona, Salamandra, 2007, Capítulo 2.
Aplicación didáctica:
Curso: 1º ESO.
Temas: Clima polar, la tundra, otros modos de vida (pueblos indígenas), Groenlandia. 

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